viernes, 13 de agosto de 2010

Escuela: Normal Superior Oficial de Guanajuato.
Subsede San José Iturbide
Alumna. Antonia Rodríguez Lazo
Catedrático. Federico García Agosto 2010



Podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que el siglo XVI es un siglo de cambios, inestabilidades y reestructuraciones. El Humanismo, la Reforma Protestante, el auge comercial (causado por la apertura de rutas y de mercados) y el surgimiento de las nuevas clases sociales, son algunos de los factores que sientan las bases para la etapa posterior. Sin embargo, para el análisis que intentaremos hacer a continuación, debemos aclarar que no pretenderemos hacer énfasis en ninguno de los procesos, puesto que consideramos que tanto los factores sociales, como religiosos, económicos y políticos se encuentran en una constante interrelación, repercutiendo sus alteraciones entre sí.La llegada del siglo XVI al mundo europeo va de la mano con el auge económico producido por la colonización de América, y la intensa actividad comercial existente tanto a nivel regional como a nivel intercontinental. Junto a este crecimiento surge (con gran poder) una nueva clase social: los mercaderes. No obstane, esta es una clase que no logra consolidarse como una nueva burguesía (a pesar de sus cuantiosos ingresos) por su afán dilapidador. Sin embargo, impulsará al sector financiero y propulsará el inicio de la manufactura. Hallamos aquí el paso definitivo de un régimen agrícola (donde las tierras rigen el poder económico) a un nuevo sistema movido por el dinero; sistema que perdurará con la llegada de la modernidad. En cuanto a lo social, debemos mencionar que encontramos una sociedad más autónoma, en proceso de separación de la iglesia católica. El humanismo (y su equivalente en la filosofía, el antropocentrismo) ha potencializado el laicismo, tanto en la política como en la vida privada. Es así como la Reforma surge, en contraposición al monopolio católico, y para beneficio de la individualidad. La reforma luterana propone una posición más crítica, en el sentido de que es uno el que juzga -a partir de la biblia- cuál debe ser su comportamiento y su comunicación con dios. Todos estos hechos forman parte de la modernidad: la autonomía del estado moderno (conocemos los estados teocráticos de algunos reformistas, pero los consideramos una excepción), la valoración calvinista del dinero -y del que hace dinero-, el creciente individualismo y el gusto por la intimidad. Asimismo, el crecimiento económico (y el nuevo sistema monetario) impulsa la formación de estados absolutistas, a los que la iglesia no podrá volver a dominar tan fácilmente.Podemos observar, entonces, que el siglo XVI trae como propuestas al nuevo estado laico y absolutista, la sociedad más individualista y crítica, y el capitalismo primitivo (que valora y juzga por el dinero); así como la insinuación de la manufactura, que devendrá luego en la revolución industrial.

La afectividad, según Gélis, es un elemento a tener en cuenta, respecto al nuevo modelo de niño que surge en la modernidad. Por ejemplo, señala respecto a esto, los textos que refieren a que el niño es más "despierto y maduro".
Por otra parte, la transición de la familia troncal (en la que el individuo no vale sino en función del cuerpo de pertenencia) a la familia nuclear, en coincidencia con el traspaso de la educación a la escolarización, tiene el objeto de integrar al niño así como potenciar el desarrollo de sus capacidades. La familia, al amparo de la Iglesia y el Estado, delegaba su responsabilidad educadora.
Gelís señala como la infancia idealizada se trasluce en dos modelos (tal vez complementarios) a través de la mistificación (santidad) así como el del niño laico excepcional (prodigio). En efecto, el deseo de tener hijos, deja en la modernidad de ser tan sólo una necesidad para garantizar permanencia, sino simplemente la oportunidad de amarlos y dejarse amar por ellos.
En la modernidad, la pedagogización de la infancia da lugar, a un infantilización de parte de la sociedad. Esto significa que se pone en marcha un proceso a través del cual. La sociedad comienza a amar, proteger y considerar a los niños ubicando a la institución escolar en un papel central. Infatilización y escolarización aparecen en la modernidad como dos fenómenos paralelos y complementarios.
Baquero y Naradowski, concluyen que la infancia es una construcción de la modernidad puesto que parte de la población se hace acreedora de una serie de características que serán condensadas en ciertas instituciones, así como la determinación de parámetros de limitación en los discursos científicos y normativos.

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